martes, 28 de mayo de 2013

DF


El cigarro escupiendo humo, acomodado en el marco de la ventana. Millones de luces encendidas postrándose frente a mis ojos, recordándome que el mundo esta lleno de historias que no conozco. Que nunca conoceré. Entonces es que se despierta mi curiosidad. Es que comienzo a observar lo que ocurre en cada uno de los edificios, mientras la lluvia me acompaña con su encantador sonido y su húmeda presencia. La lluvia y un sonido poco angelical, proveniente de alguna casa en donde una mujer ha tenido el valor de tomar el micrófono para cantar un éxito que me recuerda a la secundaria.
Televisiones, computadoras, niños corriendo. Siluetas de desconocidos que jamás cruzaran con mi vida y que, sin embargo, hoy los veo presentes en ella. Millones de puntos tintineando a lo lejos, recordándome la inmensidad del lugar en el que estoy. El llanto de una ambulancia avanzando por la calle. El silencio después de que la mujer ha parado de cantar, al mismo tiempo que la lluvia  dando paso a que la ciudad cante por cuenta propia. El tiempo corriendo en la vida de los otros. En la mía. Observo con calma cada movimiento, esperando que ocurra algo en las pequeñas pantallas de la vida ajena que, hoy, me he atrevido a observar. A analizar con minuciosa delicadeza, como queriendo adivinar su pensamiento. Nada. La gente duerme o simplemente no se acerca a su ventana. Sólo yo. Solamente yo me asomo por la mía para ver a los demás. O quizá lo hago con la esperanza de ser vista por otro más que, en algún edificio, haya frenado su noche a causa de la curiosidad. 
Trato de recordar la primera vez que me mi mirada cruzo este marco en el que me encuentro hoy, y me sonrío al notar lo mucho que ha cambiado mi pensamiento. La falta que me hacía alguien que se asomará y disfrutará este espectáculo conmigo... y sin embargo, ahora, lo observo celosa y egoísta, como queriéndolo guardar para mi misma. Para mi mente que no quiere desprenderse de este momento. Que no quiere que el tiempo avance. Y ahora que veo pasar los meses, acercarse a su final, es que entiendo lo que mi curiosidad me quiere explicar. Y no, no me quiero ir de aquí.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Júzgame.


Y qué si amo a esa niña que llora y se deprime en una esquina de su habitación. Qué de malo tiene si la acepto como tal y la arrullo entre mis brazos… si la miro con sus ojos nublados y le cuento que llorar no está mal. Que no es prohibido. Quién me juzgara si decido que no me da miedo ver sus días de soledad. De dolor. De recuerdos proyectados en mordidas a sus labios. Quién levantará la voz si digo que la quiero tal cual es, aun cuando veo como corre su sangre entre sus manos por decisión propia. Porque es su eterno mecanismo y no lo quiere abandonar. ¿Quién?... cúlpenme pues, pero no la culpen a ella, que ya demasiado a sentido. Déjenla llorar de vez en cuando y marcar con navajas su piel, si eso la hace sentir mejor. Dejen a mi niña y déjenla liberarse si, gracias a eso, después volverá a sonreír.