viernes, 31 de agosto de 2012

Septiembre.


Me pican los miércoles que se nos fueron... las tardes completas soñando contigo. Las tazas llenas de café frío. Me queman las imagenes implantadas en mi torso, efecto de cada abrazo que nos dimos.  Quema ese primer encuentro en que te entregue mi alma. Ese choque de dos cuerpos aterrorizados. Pintados con el temor de perder al otro, descubriendo, en un abrazo, que había más, detras de nuestros ojos.
Me sofoca aquella noche sin saber que hacer. Recargando mi frente con la tuya. Contemplando tus ojos, respirando tu boca. Me atormenta esa primera caricia de tus labios. La forma en que calmaste la agresión de mis recuerdos... como cambiaste sus manos por tus labios...
Me estremece ver como ha corrido el tiempo, como nos ha llevado a caminos siniestros. A medias noches de sueños contigo. A las manos de personas, antes, no presentes...
Me pica, me quema, me sofoca, me estremece... me mata volver al día en que todo paso... con la marcada diferencia que hoy, tu, ya no me cuidas...

viernes, 3 de agosto de 2012

Malicia.

Desde que tenía memoria, Luna, nunca soñó con ser una princesa. Eliminaba los finales de los cuentos y los cambiaba para que, al final, fuera la bruja la que, con artimañas deshonrosas, se quedará con el amor y casi esclavitud del príncipe. Soñaba con aquellas vampiresas que devoran el alma de los hombres con sus encantos. Con las sirenas que perdían a los marinos, enamorados de su canto y de su voz. Quería ser una de ellas. Abrazar con su perfume a todo aquel que pasara a su lado... y un día, sin darse cuenta, lo logro.
Con el paso de los años, Luna se convirtió en una mujer deseable. Un ser de mirada útil para la mentira. Porque ella tenía esa mirada infantil que hacía que todo hombre, que se encontrara ante sus ojos, cayera de inmediato en la jaula de sus amores. Esa mirada que los obligaba a creer en ella, muy a pesar de la razón. A perdonarla y sentirse culpables ante cualquier fallo de la relación. 
Luna era perfecta. Tenía un manejo meticuloso hacía los graves de su voz, y conocía los momentos adecuados en los que debían convertirse en agudos. Sabía ser un súcubo mortal. Un demonio enamorado de los efectos de su cuerpo ante los demás. Un ser que irradiaba sensualidad en cada choque de su cuerpo contra otro. Que provocaba adicción al simple roce de su piel. Que robaba almas y corrompía espíritus. Deseada y admirada por la cantidad de hombres que, ella misma, elegía. Era todo lo que alguna vez había soñado. Compartiendo sus amores. Cruzando la linea entre la maldad y la bondad, cada segundo de su vida. Actuando sin escrúpulos para conseguir lo que quería de cada persona que se le acercaba. Manejando sus mascaras a voluntad...
Pero fallo. Hubo un punto con el que, desde que era niña, no contó. Luna era humana. Ella no provenía de la ficción, ni había sido creada por seres del inframundo. Al final, Luna era una mujer como cualquier otra. Una mujer que por las noches, y en silencio, se imaginaba abrazada por alguno de sus tantos hombres, acurrucada a su lado. Repitiendo el mismo acto la noche siguiente, y la siguiente... besando unos mismos labios cada amanecer.
Y es que al final, no pudo evitarlo. Se descubrió víctima del mal que aqueja a toda aquella que juega a ser Femme Fatale...  los tenía a todos, y a la vez no tenía nada... 

jueves, 2 de agosto de 2012

Sí, te voy a extrañar.


Puse mis labios en tu mejilla, deseando encontrarme centímetros a la derecha; enrolle mis brazos en ti y rápidamente te vi salir. Te observe por la ventanilla del camión, mientras cada segundo me llevaba a pensarte más y tenerte menos.
Pensé en tus ojos. En tu rostro reflejado en los mios. En las muchas veces que hablaste de lo que mis ojos te decían. De todo aquello que, sin querer, te ocultaban. Los cerré y sentí la realidad girar en mi propia ficción, proyectando aquel momento que debía crear. Porque debía bajar de ese camión. Debía correr a aquella terminal y besarte hasta el último segundo de tu estancia a mi lado. Mirarte hasta que mis ojos dejaran de gritar cosas que ni yo misma me sé explicar. Rodearte con mi brazos para exigirte que no te enamores. Que me busques en tus sueños más profundos y encuentres, en mi, aquello que no entiendo. Aquello que deseo me expliques. Que expliques cada mirada, cada sonrisa, cada imagen que no me consigo sacar. Que me cuentes cuándo nacieron y por qué las hiciste tuyas. Quiero que escribas y borres en mí. Que dictes lo que debo pensar sobre este "nosotros" que se formo cuando sólo buscaba un "tu y yo"; y borres las acotaciones que mi imaginación desastrosa se ha atrevido a poner de más. Debía exigirte que no olvides las horas que nos dimos. Gritarte las noches que abrace tu cuerpo, que dormí mi mente para no decirte nada. Que mire tus ojos sonreírme cada que nos despertábamos. Prohibirte hacer con otro ser lo que conmigo hacías. Porque yo no comparto almohada con cualquiera, no ocupo apodos con cualquiera... Debía impedirte, si quiera, acercarte al mar sino es para pensar en aquel momento que me hizo inolvidable para ti... y al final, verte partir con mi imagen bien tatuada en tu cuerpo; con esa adicción que, presumías, te creaba; latente en cada poro de tu ser. Quería, y debía, pedirte eso y mucho más... entregarte ese anillo que tanto te querías llevar... pero permanecí en mi asiento con los ojos cerrados. Callada dejándome con mis dudas. Dejando que te cures de está adicción que me hacía la droga más feliz de todo la existencia... la droga más caduca, ahora que te vas... ahora que, yo misma, me descubro rompiendo mis reglas... deseando desabrochar ese negro cinturón.